domingo, 17 de enero de 2010

México y Perú: una historia común

Plaza de Armas, Trujillo, Perú

Marco Aurelio Chavezmaya

Discurso pronunciado en el Salón Consistorial de la Municipalidad de Trujillo, Perú, el 15 de septiembre de 2000, con motivo de la celebración de la V Semana Cultural “México en Perú”, en homenaje al 190 aniversario de la Independencia de los Estados Unidos Mexicanos.

Para empezar voy a contarles un cuento: Después de crear el mundo Dios quedó agotado y sediento. Se bebió entonces un pulque muchachero que le cayó muy bien, pero la sed no desapareció. Así que le trajeron dos litros de chicha mellicera y también se los tomó. El pulque y la chicha tumbaron a Dios sobre el mundo que había creado. Al despertar, con un espantoso dolor de cabeza, todo a su alrededor le pareció feo. Decidió, pues, recrear el mundo. Puso manos a la obra. Trabajaba con las dos manos al mismo tiempo y de ellas salían montañas nevadas, ríos, cascadas, llanuras admirables, selvas llenas de vida, bosques misteriosos y cálidas playas. El nuevo paisaje resultó maravilloso y fue grato a los ojos de Dios. “¿Qué nombre le pondré a estas tierras?”, pensó. Enseguida escuchó su voz interior, sonrió y dijo: “¡Claro, se llamarán México y Perú!”.

Los peruanos y los mexicanos somos hijos del pulque y de la chicha, del tequila y del pisco; somos hijos de la historia. Del Popocatépetl al Huascarán, hay una corriente de sangre, un río de lava que nos une. Hemos sido paridos por la misma tierra americana y Palenque, Tihuanaco, Chichén Itzá, Nazca, Chan Chan, Tenochtitlán y Machu-Picchu, son vocablos diferentes para denominar el mismo espíritu ancestral de nuestros antepasados comunes. Porque yo sí creo en la verdad de un mismo origen, porque creo que en los inicios de la historia los pescadores de las costas guerrerenses y oaxaqueñas conocían también el caballito de totora, porque creo que el águila devorando la serpiente voló también por las llanuras del Perú.

México y Perú son dos espejos puestos frente a frente y ambos, sin importar la época, se reflejan y se reconocen. Así podemos afirmar que no hay en toda la América, que no hay en todo el mundo, dos países que tengan mayor derecho a llamarse hermanos que México y Perú. Desde la época precolombina nuestras particulares historias parecen haber sido escritas con la misma pluma y con la misma tinta ensangrentada, Si Cortés se llevó el oro de los aztecas, Pizarro hizo lo propio con el de los incas. Si Atahualpa fue apresado y sacrificado, a Cuauhtémoc le quemaron los pies y lo mataron. Tuvimos aquí y allá nuestra barbarie y nuestra inquisición y el único oro que los españoles nos dejaron fue el oro del idioma. En el fondo las cuentas de vidrio se las llevaron los españoles y nos legaron el tesoro del lenguaje para nombrarnos y entendernos. Y ese tesoro lo han abrillantado y enriquecido el Inca Garcilaso y Sor Juana, Ricardo Palma y Fernández de Lizardi; Santos Chocano y Amado Nervo, Mariátegui y Vasconcelos, Arguedas y Rulfo, Sabines y Vallejo.

Discurso salón consistorial, Trujillo

Las afinidades históricas y los paralelismos implican, lo sabemos todos, lo mismo el clima, que la cultura, la gastronomía que la política. Allá y acá padecimos el imperio prepotente de la corona española, pero asimismo acá y allá promovimos la emancipación y la independencia. Padecimos guerras intestinas, luchas fraticidas, desórdenes y dictaduras, y frente a todo esto procuramos la legalidad y las constituciones que nos permitieran la creación de mejores escenarios para vivir. México y Perú han sido víctimas de una catastrófica mezcla de imperialismo extranjero y corrupción interna. Pero aquí estamos, de pie, parados en el umbral del siglo XXI. Perú y México no somos proyectos de país. Somos realidades que se fraguan día tras día. Como pueblos hermanos compartimos raíces y recuerdos, sueños e ilusiones. Pero compartimos, sobre todo, la conciencia del presente. ¿Somos pueblos aún en desarrollo o países en vías de retroceso? ¿Somos pueblos al mismo tiempo, modernos y miserables? No lo sé. O tal vez sí lo sé, pero me duele reconocerlo.
Aunque también es verdad que hay pueblos abrumados por su historia y otros que la llevan a cuestas con honor y dignidad. Los pueblos peruano y mexicano pertenecen a éstos últimos. Para naciones como las nuestras, forjadas por el genio y la grandeza de nuestros mejores hombres y mujeres, el pasado no es, no puede ser, fuente de culpas sino de enseñanzas. El pasado existe, pues, para ilustrarnos. El futuro, en cambio, no existe. Sólo somos dueños del presente. ¿Cómo apreciar las lecciones del ayer ahora que somos contemporáneos de la intolerancia, de la globalización, del desastre ecológico, de las farsas políticas, de la bancarrota económica? La tradición y la modernidad no deben ser antagónicas, por el contrario, deben conformarse en unidad indisoluble para fortalecer nuestros procesos de desarrollo. Conocer la historia, apreciar la herencia del pasado, no representa nada si no añadimos a ello el compromiso de ser mejores ciudadanos peruanos y mexicanos, si no añadimos el compromiso de transformar la identidad en algo más tangible y más real.

Hermanarse es nutrirse de la misma sangre, pero no olvidemos que las palabras bonitas se las lleva el viento y solo las buenas acciones quedan. Como peruanos y mexicanos atrevámonos a ser hermanos, pero no hermanos como Caín y Abel. Atrevámonos a exigir gobiernos que conciban el ejercicio del poder como el privilegio de representar los intereses comunes. Atrevámonos a derramar nuestra sangre, pero la sangre de la cultura, del esfuerzo, de la cooperación, de la fraternidad.

Para el Perú sincero que nos da su mano franca, México ofrenda su estampa tricolor donde el águila paró. Decía José Martí que solo hay una cosa comparable al placer de hallar un amigo y es el dolor de perderlo. Los mexicanos no queremos perder a los peruanos, (trujillanos, limeños, huanchaqueros). Y puesto que en México no creemos en el amor de lejos, por eso estamos aquí, cerquita: corazón con corazón.
Anudemos de una manera tranquila y armoniosa nuestros nacionalismos. Somos la misma tierra. Me llamó Perú con “p” de patria, con “p” de pata, con “p” de pisco, con “p” de pasión, poder y pensamiento. Me llamo México con “m” de mano, manito, mar, maravilla y Metepec. Y si Dios a la gloria le cambió de nombre y le puso Perú, a México también le dijo la gloria eres tú.

Lectura Universidad Nacional, Trujillo


Como dijo el Benemérito: La historia nos juzgará. Así pues, atrevámonos a cumplir el papel que nos corresponde, el papel que merecemos. Por todo lo que hemos sido en el pasado, por todo lo que somos ahora, por todo lo que podemos ser en el futuro, atrevámonos a subir al escenario, atrevámonos a ser los mejores protagonistas, los mejores actores en el teatro de nuestro tiempo.

¡Que viva el Perú!

¡Que viva México!



No hay comentarios:

Publicar un comentario

 
Copyright 2009 Chavezmaya